La vieja idea del éter electromagnético es un medio, cuyas vibraciones serían ondas electromagnéticas. Este medio necesariamente tendría un marco de descanso, y un observador en movimiento podría determinar su velocidad con respecto al éter midiendo la velocidad de la luz en varias direcciones. Cuando estos intentos fallaron (más notablemente, el experimento de Michelson-Morley), el concepto de éter fue abandonado a favor de la relatividad especial, que se basa en el principio de que las leyes de la física, en particular, las leyes del electromagnetismo (de ahí la velocidad de luz) son los mismos para todos los observadores inerciales. (La relatividad general generaliza esta noción a todos los observadores, incluidos los que aceleran).
El concepto moderno de energía oscura es totalmente relativista. Es un parámetro de nuestro universo físico (la constante cosmológica, como aparece en las ecuaciones de campo de Einstein para la relatividad general) o, por ejemplo, un término de energía potencial asociado con un campo escalar (relativista). Su característica más importante es su ecuación de estado, según la cual su presión es negativa. Esto tiene dos consecuencias: una, responde a la gravedad como si fuera repulsiva y dos, su densidad de energía no disminuye (es decir, no se “diluye”) a medida que el universo se expande. En consecuencia, en un universo en el que otras cosas se diluyen, en última instancia, la energía oscura se vuelve dominante, y su respuesta a la gravedad conduce a la expansión acelerada.
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