Al no tener otra base de comparación, diría que es lo más normal que conozco. ¿Cómo es la vida no como un gemelo?
Soy el padre de un hijo único. Sus lazos con amigos, sus padres, su familia cercana y los amigos de sus padres son increíblemente fuertes, quizás mucho más fuertes que los míos. A veces da pistas de que está aburrido y se queja de no tener a nadie con quien jugar, pero por lo general en cinco o diez minutos ha encontrado algo para ocupar su enorme imaginación e intelecto incipiente. Lo observo probando los perímetros de su sentido de sí mismo contra los límites de los demás, tal como solía hacer.
La principal diferencia es que, como gemelos, al crecer siempre hubo un conjunto muy familiar de límites a muy corta distancia. Los límites con mi gemelo no siempre fueron impermeables, pero como he dicho a menudo, mi experiencia de crecer como gemelo se definió por un imperativo duradero para lograr una individualidad única y totalmente autónoma. Todavía se manifiesta en mi proclividad hacia la iconoclasia, la lentitud o la cautela para aceptar muchos aspectos de la cultura dominante, y un sentido imperativo de empatía con los de abajo y con los que se destacan. Me imagino que cuando estoy cerca de mi gemelo también me siento mucho menos solo en el mundo, tanto en mi comprensión como cuando considero mi existencia desde el exterior.
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