La medida más común, y la que usamos intuitivamente, es medir el nivel de interrupción en un campo determinado.
Piensalo por un momento. No valoramos tanto a la persona que fue la primera en inventar algo, valoramos a la persona que fue la primera en cambiar el mundo con esa invención. Thomas Edison no inventó la bombilla; él cambió el mundo con su versión de la bombilla. Charles Darwin no obtuvo la mayor parte del crédito por proponer la teoría de la evolución porque él era el único con tal idea. Fue precisamente porque su idea era lo suficientemente madura y original en el momento perfecto para perturbar a la comunidad científica.
Otra es medir el nivel y la calidad de las recomendaciones . La recomendación es diferente a la interrupción, ya que no requiere causar un cambio masivo en un campo, solo el respeto y la admiración de otros expertos en ese campo. Beethoven, por ejemplo, era un genio disruptivo. Cambió la música occidental durante su vida. Durante décadas, los compositores tuvieron dificultades para escribir cualquier sinfonía, sintiendo que estaban bajo la larga sombra de Beethoven. Pero Bach, igualmente un genio, realmente no cambió la cara de la música. Era relativamente oscuro en su vida, y cuando fue venerado en todo el mundo, ya había muerto, y su estilo particular de música había desaparecido. Pero esto no se trata solo de Bach y Beethoven. Usamos este tipo de medida cada vez que confiamos en la opinión de un experto o, si somos expertos en un área, la usamos para justificar las afirmaciones generales de nuestras opiniones.
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Una tercera medida posible sería algún tipo de evaluación neurológica . Sin embargo, actualmente nuestra ciencia no es lo suficientemente precisa como para entender el genio creativo como un fenómeno físico. Un día, tal vez. Pero obviamente no ahora.