Los rayos cósmicos son muy reales. Y fueron descubiertos durante 1911–2 por el físico austríaco Victor Hess. Pocos años antes de esto, los científicos eran conscientes de la presencia de radiación ionizante en la atmósfera, y que se creía que se debía a la radiactividad natural que emanaba de la corteza terrestre. Si así fuera, el grado de ionización disminuiría a medida que uno se alejara de la superficie de la Tierra.
Sin embargo, algunas mediciones anteriores realizadas en la Torre Eiffel, en París, habían insinuado que la ioninazión puede no estar disminuyendo a una altura de unos pocos cientos de metros.
Para resolver tales misiones, impulsadas por una fuerte corazonada física, Victor Hess emprendió varios audaces vuelos en globo aerostático. Y llevaba consigo dispositivos de medición de ionización durante esos vuelos en solitario. En 1912, voló tan alto como 5.3 km hacia el cielo. Sus experimentos demostraron definitivamente que el grado de ionización aumenta constantemente a medida que uno se mueve hacia una atmósfera más delgada lejos de la superficie de la Tierra. Y esto confirmó que la fuente de la radiación ionizante se encontraba en el espacio exterior y no en la Tierra.
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Este fue el descubrimiento de los rayos cósmicos, que en su mayoría son protones energéticos y algunos núcleos más pesados. También hay un componente electrónico. En un sentido más amplio, ahora los rayos gamma y los neutrinos también forman rayos cósmicos. La astrofísica de rayos cósmicos ahora es una de las principales ramas de la física.